martes, 10 de septiembre de 2013

Radio Amazónica - por Timo Berger

para tí mi bloger amig@


Acabo de salir en vivo, en toda la Amazonía. En teoría. Una emisora independiente, que no se arrima a ninguna línea política, pero que se considera respetuosa de los estándares que ha acordado la cámara de periodistas iberoamericana.
“Nosotros intentamos – en la medida de nuestras posibilidades – informar de manea objetiva” me dice el moderador, un momento antes que me toque salir al aire. El asistente de grabación, que funge al mismo tiempo de camarógrafo me muestra como ajustarme el micrófono. Yo, recién salido de la ducha y ya nuevamente empapado en sudor, en mi nuevo polo que anuncia “Iquitos-Perú”, adquirido justamente ayer en el Malecón de Iquitos, valga la redundancia. El moderador me mira, profesional y amable. Sus ojos pasan por la pantalla de la laptop, donde encuentra la información que necesita, que ya ha sido preparada y redactada. Habla libremente, con mucha seguridad.
 
También las preguntas que me hace, parecen salirle sin mayor esfuerzo. Solamente la mención del Instituto Goethe le hace dudar. Este es el que me ha invitado, junto con el Instituto Nacional de Cultura, como me hacen saber. Y es que para quién estudió filosofía en Roma con un decano de origen alemán - ¿un tal Huber? – no es tan sencillo decidir si conviene pronunciar el nombre de la manera correcta o de manera que lo entiendan sus oyentes. Él es de la selva, de la San Marcos, ha estado en Lima, en Colombia y en Italia. Ahora está de nuevo en Iquitos. ¿Qué pienso de Iquitos? es su primera pregunta, o más bien la primera que escucho, porque inmediatamente brota de mi: “Iquitos sobrepasa de largo todos mis sentidos”. Es de todo demasiado. Exuberante. Los olores, los sabores, los sentidos son más intensivos que en cualquier otra parte, los colores aparecen más fuertes, nunca en mi vida había sudado tanto, nunca he olido, saborizado, mirado tanto. El sol o te enceguece o dibuja, cuando ilumina las nubes, formas maravillosas en el cielo.
 
Imágenes de Caspar David Friedrich, digo, quizá lo conozcas, el romántico, el retratista de los fiordos y costas nórdicas… El moderador asienta y me dice que rápido he resumido lo esencial de Iquitos. Yo me resisto, no, no tengo palabras para asirlo, no existen palabras capaces de hacerlo. Él lo afirma, es que hay que venir para acá, para entenderlo. Le cuento del proyecto. Tomarle el pulso a la Independencia. La importancia de los bosques. Había visto un cartel, que me mostró Victor, el joven estudiante, que me guiaba por la ciudad. En una calle, en la berma central, habían alguna vez hermosos árboles de pie, pero hace poco el alcalde mando una batallón de taladores. Ahora solamente se ven palmeras jóvenes recién plantadas. Pasarán años, para que retorne el microclima que regalaban las viejas copas de árboles. Y eso incluso está por verse.
 
El alcalde fundamentó su decisión como un acto de modernización urbana. Un ciudadano protesta por eso con una pancarta – Gracias Sr. Alcalde por su contribución a la catástrofe climática! Eso resume de manera irónica lo que sucede acá, dice el moderador. Mucha gente piensa siempre que modernización es convertir todo en asfalto, sin considerar las áreas verdes. Si, le digo, yo tenía otra imagen de Iquitos antes de venir. Reconozco haberme alimentado de las películas de Herzog, de Kinski y Fitzcarraldo, claro el barón del caucho, que quiso en el medio del Amazonas construir una ópera. Este verde devorador de todo. Sí, dice el moderador, y aquí tenemos candidatos políticos que prometen kilómetros de pistas asfaltadas. Bueno, ambas cosas son necesarias, comento intentando aquietar las aguas. Pero unos parques más no le harían daño a nadie y alamedas, alamedas, me entusiasmo contando de Berlín y sus alamedas, sus canales y espejos de agua, el Landwehrkanal, y pienso en mis vecinos que defienden a los árboles, estando tan lejos me doy cuenta que su obsesión de pequeño burgués repentinamente ya no me parece tan huachafa, allá en Berlín solía pensar que ellos deberían preocuparse más bien por el estado de los patios escolares y los problemas de exclusión de los inmigrantes, en vez de andar con este problema de lujo…Hoy el moderador en el bloque de noticias, antes de mi turno, informaba que era el día en el que los indígenas pasaban al contraataque, con tambores caminan por las calles y se enfrentan al estado de emergencia, declarado desde Lima. El viernes pasado incluso se sumaron los políticos locales y llamaron a una marcha solidaria, y los obispos de la región han tomado posición al lado de los indígenas. Es por los derechos humanos, dice el moderador. Aquí como en el Paraguay con la soja, la ecología y los asuntos del hombre están entretejidos. Se trata de nuevas leyes -¿creadas en el marco del tratado de libre comercio con los Estados Unidos? – que pueden tener como consecuencias la deflorestación de grandes extensiones de bosques para grandes plantaciones. Tierras que hasta ahora habían pertenecido a los indígenas, bosques que evitan, que se destruya el medio ambiente que rodea Iquitos. Todos deberíamos haber actuado, dice el moderador, pero ahora algunas autoridades políticas se apropian de la protesta, cuando deberían ser todos los ciudadanos, que se resisten a ser usados por políticos que persiguen sus propios intereses. Más tarde yo digo algo sobre la independencia, y que este tipo de resistencia, como lo vivo en Iquitos, sirve para entender que es lo que mueve a los seres humanos, donde están los problemas, porque ciertas cosas aun no encuentran arreglo. El estudiante me hablaba en el mediodía de las compañías nacionales y multinacionales que desean obtener cada vez más concesiones, carta libre para una aún mayor explotación de los recursos naturales. La mayoría de la gente acá es muy pobre, me decía, y eso que el Amazonas tiene tanto que ofrecer, tantas riquezas, tantos tesoros. Paseamos por el malecón y me muestra las casonas de los barones del caucho, decorados con azulejos, importados desde Lisboa – Iquitos siempre estuvo más cerca del imperio lusitano que  Perú – antes que se inventaran los aviones, solamente se podía llegar a través de un difícil viaje fluvial río arriba y luego por un camino andino precario que llevaba a la capital. Para el otro lado, río abajo, se llegaba hasta el Atlántico. El estudiante me muestra la casa de Eiffel, la Casa de Chapa. Una edificación toda de hierro, que se le ocurrió a Eiffel, y que un boliviano totalmente demente compró para llevarlo a su tierra. De algún modo recaló y se quedó enganchada en Iquitos, después del cansador trayecto fluvial no quedaron fuerzas para llegar hasta Bolivia. Las historias se repiten. El hombre fracasa una y otra vez cuando enfrenta a la naturaleza indómita. La carretera a Nauta, la única pista, que entra desde Iquitos al Amazonas, termina siendo una y otra vez intransitable, a causa de las lluvias torrenciales. En los periódicos locales las autoridades anuncian una vez más el inicio de programas de saneamiento, llenar los huecos con arena y diques para desviar las aguas. La naturaleza se toma lo que le pertenece y le quitaron con tanto esfuerzo. Aun. Porque, cómo crece el río. Así de alto ya no llegaba hace tiempo, dice Jorge, nuestro guía, el día anterior, durante la vuelta en bote por Belén, el barrio que vive sobre el río. Antes construían casas-bote de un solo piso, hoy son construcciones sobre pilotes, de dos pisos. Cuando sube el agua, las partes bajas de la casa son inhabitables y la vida huye al piso superior. Cuando las aguas retroceden, aparece la cancha de futbol, dice Jorge y me muestra una laguna que se ha formado entre las casas, entre la calle principal de Belén, la calle Nueva Venecia, que es una vía acuática. Allí tiene lugar el mercado más grande para plátanos. En Belén se comercia y se negocia, como ya no se hace en la mayoría de los otros mercados de Iquitos. Informal y en gran parte aun ilegal. La gente tiene que pagar poco por energía eléctrica, dice Jorge, y además están exonerados de impuestos. No todos son pobres. El estudiante dice, allí es donde encuentras marginalidad. Jorge se ha casado con una mujer de Belén, unos años vivieron allí, ahora se han mudado y Jorge se ha comprado una mototaxi a crédito que la está pagando poco a poco. Para la guía por la ciudad cobra 10 Soles, los dos muchachos que nos remaron en una piragua (a veces prendían el motor), por Belén cobraban algo más, 15 Soles. El muchacho que me quiere quemar la grabación de una entrevista en televisión me hace entender que desea 20 soles como propina. En la revista mensual inglesa de Iquitos se puede leer que por mucho tiempo la mejor cerveza era Pilsen, pero que luego se comenzó a producir localmente, y que ahora la Iquiteña es la mejor cerveza. Sorprendente para una cerveza tropical. Al parecer siguen la ley de pureza como existe en Alemania, que no permite que se adicione nada más. El periodista inglés escribe: “Como el agua utilizada es tan pura, se puede – a diferencia de otros casos en la región – dejar de lado la inclusión de conservantes. El estudiante me pregunta si yo soy un Blogger, yo le digo que no lo soy. Devuelvo la pregunta. El dice que sí, que hace un par de meses tiene su propio blog. Él escribe sobre todo lo que le mueve. Él es una persona muy entusiasta. Él se involucra en la defensa de los bosques, él está en una liga. Estudia Turismo y tiene muchos compañeros que vienen de comunidades indígenas, fuera de Iquitos. Él mismo es de Iquitos, pero sus tatarabuelos vinieron del Brasil, seguramente de una comunidad indígena, no lo sabe bien, la otra mitad de la familia viene de España.
 
Un ser simpático y abierto – me parece mucho mayor de lo que es, cuando habla de política, de los problemas de la ciudad, de la lucha de los indígenas por una mejor calidad de vida, de la pobreza, la falta de perspectivas, de la historia, sobre todo eso el blogea también – una vez por semana, más no se puede, no tiene tanto tiempo y tampoco una computadora propia, mi familia es muy pobre, pero él es un fanático del Internet me confiesa con una sonrisa cómplice. Algunas veces también escribe sobre el amor, dice, si pues, aun soy un adolescente, ese es un tema que me ocupa mucho, y estoy viviendo muchas cosas por primera vez también… Justamente en ese momento pasamos por un entrada de dudosa condición, muchachas exageradamente arregladas están paradas al filo de la calle. Fox Bar se lee sobre una fachada marrón, le pregunto si es que hay mucha prostitución por acá al estudiante. Sí, reconoce, pero de eso no sabe mucho. Solo sabe que acá en Belén, justamente sobre las casas-barco y también sobre los botes se encuentran burdeles. Ojalá que a nadie le de un mareo a la hora del sexo, digo y ambos reímos… Me acuerdo que en nuestro recorrido por la ciudad flotante, Jorge hacia a veces extraños signos con sus dedos, algunas veces me señalaba y hacia una mueca de extrañeza. En los muelles se desperezaban jóvenes extrañamente asexuados, me miraban fijamente y chillaban en una lengua de pájaros. Me doy cuenta, deben haber sido chongos (fletes les dicen creo). Aun niños que se ofrecen por dinero a los turistas de occidente. También hay muchos bares en Belén en los que resuena desde la tarde la cumbia y el reggaeton, chupodromos dice el estudiante. Toda la vida en el agua: comercio, trabajo, ocio, una iglesia flotante, una escuela al garete. A diferencia de Venecia con sus calles y puentes, acá cuando suben las aguas uno solamente se puede movilizar con bote. Antes todos remaban, ahora tienen motores fuera de borda. Paralelo a todo esto, Iquitos ha sido asaltada por una plaga más, las mototaxis, que traquetean y explotan por donde van, sin respetar reglas de ningún tipo y capturando la ciudad a salto de mata. He visto cada día por lo menos dos accidentes. Los mototaxistas, me dice el estudiante, sacan el silenciador del escape, ellos creen que a más bulla, más potencia. No me gusta que como en Lima los taxistas le toquen con harto escándalo la bocina para hacer nota que se encuentran a disposición de uno. ¿Pero quién desea subir, si de arranque los asustan a uno de esa manera?
 
Todas las fotos que ilustran esta edición de SALAGRUMO pertenecen a Timo Berger y fueron realizadas en el marco del Proyecto del Bicentenario realizados por los Institutos Goethe de América Latina.
 
Traducción de la crónica: Martin León